Los
ornamentos del altar, del celebrante y de los ministros deben ser del color
propio del Oficio y de la Misa del día o de otra Misa que haya de celebrarse (Rubricarum
Instructum, núm. 117). En su origen, y a diferencia de lo que ocurría con
las religiones antiguas, la Iglesia no prescribía ningún color especial para
los ornamentos, como todavía ocurre con la Iglesia oriental. Fue recién en el
siglo XII que comenzaron a dictarse disposiciones específicas, para reflejar
también en la indumentaria ministerial y en la disposición del altar el
carácter propio de los misterios de fe que se celebran y el sentido progresivo
de la vida cristiana a través del año litúrgico (Instrucción General del
Misal Romano, núm. 345). Desde Inocencio III (1161-1216), los colores
aprobados por la Iglesia Católica latina para las celebraciones litúrgicas son
seis: el blanco, el rojo, el verde, el morado, el rosa y el negro (Rubricarum
Instructum, núm. 117 y 131; Instrucción General del Misal Romano, núm.
346). Conservan, sin embargo, todo su valor, los indultos y las costumbres
legítimas acerca del uso de otros colores, como ocurre en España e
Hispanoamérica con el azul respecto de la fiesta de la Inmaculada Concepción (8
de diciembre).
El blanco fue el color más común en las asambleas litúrgicas de
los primeros tiempos, por ser símbolo de Dios y de la Verdad Absoluta (Dn. 7,
9; Mt. 17, 2). Representa el gozo, la inocencia, la gloria de los ángeles, el
triunfo de los santos, la victoria del Redentor y la alegría festiva de su
Resurrección. Se usa en todas las fiestas del Señor; de la Santísima Trinidad;
de la Santísima Virgen; de todos los Ángeles, Pontífices, Doctores, Confesores
y Vírgenes y, en general, de todos los Santos y Santas que no han padecido el
martirio. Es el color prescrito asimismo para las Misas de coronación del Sumo
Pontífice, y en los aniversarios de éste y del Obispo diocesano; para las de
esponsales; y para las del Santo Crisma y de la Institución celebradas el
Jueves Santo.
El rojo expresa el fuego abrasador de la caridad con su esplendor y la
sangre de los mártires con su color. Su uso se reserva a las fiestas del
Espíritu Santo, de la Santa Cruz y de los mártires, comprendidos los Apóstoles
(con excepción de san Juan), y para la procesión y bendición de los ramos de la
domínica II de Pasión.
El verde es el color de la esperanza, lo que explica que se utilice durante
todo el tiempo después de Epifanía y Pentecostés, que es el período durante el
cual la Iglesia militante, guiada por el Espíritu Santo y la acción de sus
pastores, peregrina hacia la Casa del Padre. También recuerda el crecimiento de
la virtud en el jardín de la Iglesia, que se nutre del encuentro cotidiano con
el Pan y la Palabra. Este color se emplea todos los días que no tienen un
carácter bien determinado y, por tanto, para los que no está prescrito el
blanco, el rojo o el morado, como ocurre con los tiempos antes señalados.
El negro es la negación del color, que surge dela descomposición del haz de
luz que proyecta el blanco. Mienta la nada, el mal, el error y la muerte que
sobrevienen cuando el hombre se deja llevar por la rebeldía y se aparta de
Dios. Simboliza la acción de Satanás, autor de nuestra muerte por causa del
pecado, y su victoria pasajera sobre el mundo. Por reflejo quiere despertar en
nosotros un espíritu de penitencia, expiación y dolor, razón por la cual era
empleado antiguamente durante el Adviento, desde Septuagésima a Pascua y en la
fiesta de los Santos Inocentes. En la forma extraordinaria se utiliza para el
Oficio de Viernes Santo hasta la comunión inclusive, y en los Oficios y Misas
de difuntos, cuando parece que la muerte se ha impuesto sobre la vida. En la
forma ordinaria se puede usar igualmente en esta segunda ocasión allí donde
exista la costumbre (Instrucción General del Misal Romano, núm. 346).
El morado es un color sombrío, tétrico, impregnado de muerte, y por eso
siempre ha estado asociado como un símbolo de penitencia, aflicción, expiación
y resignación. Se obtiene de la unión del rojo y el azul, por lo que unifica
sus simbolismos: el amor verdadero y el amor a la Verdad. Paulatinamente
reemplazó al negro durante el Adviento, desde Septuagésima a Pascua, en la
comunión y acción litúrgica del Viernes Santo, en las ferias de Témporas de
septiembre, en las Misas de Letanías mayores y menores, en las Vigilias y en
ciertas Misas votivas. Es también el color de los exorcistas, de ahí que
se usara en la primera parte del rito de Bautismo, en bendiciones, exorcismos y
en la Extremaunción.
El rosa es la atenuación del morado, que aminora su austeridad y rigor
penitencial. Quiere marcar un anticipo de felicidad y alegría que alimente
nuestra esperanza, por lo que su uso queda circunscrito facultativamente para la domínica III de Adviento (Gaudete) y
la domínica IV de Cuaresma (Laetere), pero solamente durante la
celebración de la Misa dominical (Rubricarum Instructum, núm. 131; Instrucción
General del Misal Romano, núm. 346). En estos dos domingos, que toman su nombre de los respectivos
Introitos, el órgano y las flores, prohibidos durante el resto de la
estación, vuelen a estar presentes durante la celebración de la Santa Misa,
cuyas oraciones nos recuerdan que la verdadera penitencia se ordena a obtener
los consuelos divinos y prepararnos interiormente para esos grandes misterios
de nuestra fe que habremos de presenciar dentro de unos días. La Iglesia, madre
y maestra, quiere darnos un respiro de júbilo en medio un tiempo de penitencia
espiritual y corporal, y lo refleja mediante un color que, por su mayor
claridad, presagia la fiesta con que celebraremos la Natividad y Resurrección
del Señor.
No existe claridad sobre el origen del uso litúrgico de este color. Dada su
referencia etimológica con las flores de las variedades rosadas clásicas de los
rosales antiguos, hay quien ha intentado justificar su empleo en la domínica IV
de Cuaresma con el hecho de que ese día el Papa bendice la rosa de oro,
condecoración con categoría de sacramental creada en 1049 por León IX
(1002-1054) y que se otorga príncipes cristianos o se ofrece en honor de algún
advocación mariana. De hecho, este domingo siempre ha estado asociado con la
figura del hijo que reconoce su verdadera maternidad (Epístola, tomada de Gl.
4, 22-31), desde donde se colige su sentido mariano. De ahí que se haya hecho
costumbre que ese día los fieles rindan ofrenda a su catedral o que, desde el
siglo XVI, sea el domingo en que se celebra a las madres en el Reino Unido e
Irlanda. Pero esta explicación deja sin justificar la utilización del color
rosa durante el Adviento, salvo por la consideración de que éste fue concebido
como un período penitencial paralelo a la Cuaresma y de posterior aparición.
Excepcionalmente, por la preciosidad de la materia está permitido usar
ornamentos de tisú de oro en sustitución del blanco, rojo, verde y morado; y de
tisú de plata sólo en reemplazo del primero de esos colores.
Jaime Alcalde