En la forma
extraordinaria hay un último ornamento con el que se revisten los ministros
sagrados: el manípulo. El sacerdote (y también el diácono y el subdiácono
en las Misas solemnes) lleva fija sobre el antebrazo izquierdo una faja de
tela de la misma hechura de la estola, pero más corta, sujeta por medio de un
fiador o de unas cintas sobre la manga del alba. En Rubricarum
instructum (1960) sólo existe una indicación sobre el manípulo, y se
refiere a su incompatibilidad con la capa pluvial o con la vestimenta del
sacerdote cuando realiza bendiciones sobre el altar (núm. 136). Así ocurre, por
ejemplo, en la liturgia de tinieblas del Viernes Santo (Rubricarum instructum, núm.
135, letra f). En la forma ordinaria este ornamento no se utiliza y no existe
ninguna mención a él en la Instrucción General del Misal Romano. Sin embargo, D.
Mauro Gagliardi, consultor de la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del
Sumo Pontífice, es del parecer que este ornamento jamás fue abrogado por la
reforma litúrgica y que bien podría ser utilizado todavía («Liturgical
Vestments and the Vesting Prayers», 18 de diciembre de 2009).
Existen dudas sobre
el origen del manípulo. Algunos piensan que procede de un trozo de lienzo que
antiguamente llevaban los cónsules y que agitaban en el aire para ordenar la
salida en las carreras de circo. Litúrgicamente, esta costumbre continúo
observándose mediante el uso de un fino pañuelo que portaban los ministros
durante la Misa, cuya función era más de decoro y etiqueta que para fines
prácticos. Otros autores creen que su empleo obedecía a una razón funcional: el
manípulo era un sencillo pañuelo con el que los ministros se limpiaban el sudor
y enjugaban sus lágrimas durante la Misa y, además, con el que el subdiácono
purificaba los vasos sagrados. De acuerdo a esta explicación, el manípulo
recuerda el pañuelo (mappa y su diminutivo mappula) que usaban los
romanos para el aseo de las manos y la boca después de cada comida, y también el
que utilizaban las damas de sociedad para enjugarse el sudor. Sea cual
fuere su origen, el uso del manípulo se institucionalizó hacia el siglo X como
parte de los ornamentos propios del orden sagrado de la Iglesia latina, ya que
hasta ese momento su uso se circunscribía casi exclusivamente a Roma.
El manípulo, que ha
de ser del color litúrgico del día, debe tener en su centro, que viene encima
mismo del brazo, una cruz que ha de besar el que lo lleva, tanto antes de
ponérselo como al momento de quitárselo. Ordinariamente también suele colocarse
una cruz a cada extremo, aunque no está propiamente mandado. Espiritualmente,
este ornamento recuerda que las buenas obras, los trabajos y el dolor ofrecidos
a Dios serán espléndidamente recompensados. La oración que el sacerdote
pronuncia al ponérselo es: «Merezca, Señor, llevar el manípulo del llanto
y del dolor, para poder recibir con alegría el premio de mis trabajos». En el recuerdo de la Pasión, el
manípulo representa las ataduras con que fueron ceñidas las manos de Nuestro
Señor al ser azotado.
El siguiente
ornamento al que conviene referirse es la capa pluvial. Todo parece indicar que antiguamente, en
las frecuentes procesiones que se hacían por los alrededores de los pueblos de
Europa meridional, los clérigos llevaban previsoramente esta capa para
guardarse de la lluvia que pudiera sobrevenir. Para ese fin, este modelo de
capa no sólo les cubría el cuerpo, sino que además tenía entre los hombros una
capucha con la que protegerse la cabeza si empezaba a llover. Por esta razón,
aún hoy a esta capa se le llama «pluvial», o sea, para la lluvia, y por la
misma razón, en recuerdo de su origen, se le añade en el puesto adecuado un
capillo que evoca la capucha original. Conviene saber que sigue la regla del
color litúrgico del día y que su uso es obligatorio en ciertas ceremonias o
bendiciones más solemnes, por ejemplo, en la bendición anual de las candelas,
de la ceniza, de los ramos y del fuego nuevo; también debe llevarse en la
bendición con la custodia durante la exposición del Santísimo Sacramento, así
como en una procesión. No es de uso exclusivo del sacerdote, dado que pueden portarla
también los clérigos menores, pero no los seglares.
Jaime Alcalde
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