4 de abril de 2011

Los ornamentos litúrgicos (III): manípulo y capa pluvial

En la forma extraordinaria hay un último ornamento con el que se revisten los ministros sagrados: el manípulo. El sacerdote (y también el diácono y el subdiácono en las Misas solemnes) lleva fija sobre el antebrazo izquierdo una faja de tela de la misma hechura de la estola, pero más corta, sujeta por medio de un fiador o de unas cintas sobre la manga del alba. En Rubricarum instructum (1960) sólo existe una indicación sobre el manípulo, y se refiere a su incompatibilidad con la capa pluvial o con la vestimenta del sacerdote cuando realiza bendiciones sobre el altar (núm. 136). Así ocurre, por ejemplo, en la liturgia de tinieblas del Viernes Santo (Rubricarum instructum, núm. 135, letra f). En la forma ordinaria este ornamento no se utiliza y no existe ninguna mención a él en la Instrucción General del Misal Romano. Sin embargo, D. Mauro Gagliardi, consultor de la Oficina para las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice, es del parecer que este ornamento jamás fue abrogado por la reforma litúrgica y que bien podría ser utilizado todavía («Liturgical Vestments and the Vesting Prayers», 18 de diciembre de 2009).

Existen dudas sobre el origen del manípulo. Algunos piensan que procede de un trozo de lienzo que antiguamente llevaban los cónsules y que agitaban en el aire para ordenar la salida en las carreras de circo. Litúrgicamente, esta costumbre continúo observándose mediante el uso de un fino pañuelo que portaban los ministros durante la Misa, cuya función era más de decoro y etiqueta que para fines prácticos. Otros autores creen que su empleo obedecía a una razón funcional: el manípulo era un sencillo pañuelo con el que los ministros se limpiaban el sudor y enjugaban sus lágrimas durante la Misa y, además, con el que el subdiácono purificaba los vasos sagrados. De acuerdo a esta explicación, el manípulo recuerda el pañuelo (mappa y su diminutivo mappula) que usaban los romanos para el aseo de las manos y la boca después de cada comida, y también el que utilizaban las damas de sociedad para enjugarse el sudor. Sea cual fuere su origen, el uso del manípulo se institucionalizó hacia el siglo X como parte de los ornamentos propios del orden sagrado de la Iglesia latina, ya que hasta ese momento su uso se circunscribía casi exclusivamente a Roma.

El manípulo, que ha de ser del color litúrgico del día, debe tener en su centro, que viene encima mismo del brazo, una cruz que ha de besar el que lo lleva, tanto antes de ponérselo como al momento de quitárselo. Ordinariamente también suele colocarse una cruz a cada extremo, aunque no está propiamente mandado. Espiritualmente, este ornamento recuerda que las buenas obras, los trabajos y el dolor ofrecidos a Dios serán espléndidamente recompensados. La oración que el sacerdote pronuncia al ponérselo es: «Merezca, Señor, llevar el manípulo del llanto y del dolor, para poder recibir con alegría el premio de mis trabajos». En el recuerdo de la Pasión, el manípulo representa las ataduras con que fueron ceñidas las manos de Nuestro Señor al ser azotado.

El siguiente ornamento al que conviene referirse es la capa pluvial. Todo parece indicar que antiguamente, en las frecuentes procesiones que se hacían por los alrededores de los pueblos de Europa meridional, los clérigos llevaban previsoramente esta capa para guardarse de la lluvia que pudiera sobrevenir. Para ese fin, este modelo de capa no sólo les cubría el cuerpo, sino que además tenía entre los hombros una capucha con la que protegerse la cabeza si empezaba a llover. Por esta razón, aún hoy a esta capa se le llama «pluvial», o sea, para la lluvia, y por la misma razón, en recuerdo de su origen, se le añade en el puesto adecuado un capillo que evoca la capucha original. Conviene saber que sigue la regla del color litúrgico del día y que su uso es obligatorio en ciertas ceremonias o bendiciones más solemnes, por ejemplo, en la bendición anual de las candelas, de la ceniza, de los ramos y del fuego nuevo; también debe llevarse en la bendición con la custodia durante la exposición del Santísimo Sacramento, así como en una procesión. No es de uso exclusivo del sacerdote, dado que pueden portarla también los clérigos menores, pero no los seglares.

Jaime Alcalde

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