El velo
humeral (llamado también paño de hombros o, simplemente, humeral) es un trozo de tela de aproximadamente dos metros de largo por
cincuenta centímetros de ancho que el sacerdote usa sobre los hombros y
espalda, generalmente sujeto con un broche, y con el que cubre sus manos para
portar respetuosamente el Santísimo Sacramento y ciertos objetos sagrados
dignos de veneración, como acaece con algunas reliquias insignes o imágenes de
la Virgen, cuando bendice con ellos o los lleva en procesión.
En las Misas pontificales, los acólitos suelen
vestir una especie particular de humeral, uno para llevar la mitra (en la forma
extraordinaria, como en su momento se señalará, se usan dos mitras distintas según
el momento de la celebración) y otro para portar el báculo. El color del
humeral depende del uso que se le dé. Generalmente suele ser blanco o dorado, y
ricamente bordado; pero los hay de todos los colores litúrgicos (Rubricarum
Instructum, núm. 117). Para la
bendición y las procesiones con el Santísimo Sacramento, el humeral sólo puede
ser blanco, aunque éstas tengan lugar después de vísperas y el sacerdote lleve
capa pluvial del color del día. Esta norma es absoluta y permanece también en
la forma ordinaria, sea que la bendición se imparta con la custodia o sólo con
el copón (Ritual de la Sagrada Comunión y el culto
del Misterio Eucarístico fuera de la Misa, de 21 de junio de 1973, núm. 92).
En la forma
extraordinaria hay una ceremonia que puede llamar la atención a quien asiste
por primera vez a una Misa solemne, y que consiste en la velación de la patena
con el humeral a partir del ofertorio por parte del subdiácono. Los simbolistas
han visto en esta enigmática ceremonia una figura del Antiguo Testamento, que
contenía velado el misterio de la Redención y de la consumación de la Ley y
Profetas, que sólo se alcanza con la venida de Cristo (Mt. 5, 17). Sin embargo,
su origen histórico parece encontrarse en la antigua práctica de las ofrendas
al templo. Los fieles, en efecto, presentaban panes que los subdiáconos
recogían en unas vasijas denominadas «patenas» (patĕne). Reservada
la parte necesaria para la consagración, los diáconos llevaban lo restante a la
sacristía, para ser repartido a los pobres; luego regresaban con las patenas
envueltas en paños, para que sirviesen en la distribución de la Eucaristía.
Dos ornamentos
que conviene considerar conjuntamente son la dalmática y la tunicela.
La dalmática es una holgada túnica de seda que se pone encima del alba, cubre el cuerpo por delante y detrás, y lleva para tapar los brazos una especie de mangas anchas y abiertas. Se llama así por proceder de una túnica blanca con mangas anchas y cortas y adornada de púrpura, que tomaron de los dálmatas los antiguos romanos de las clases sociales más acomodadas. La tunicela, por su parte, es una túnica fina de mangas largas y estrechas, más corta y menos rica en los adornos que la dalmática, que también se viste sobre el alba y que se diferencia de ésta por estar sin ceñir. Con todo, y dada su confección habitual, quizá la diferencia más sustancial entre una y otra vestimenta sea que la tunicela carece de gorjal o collarín, esto es, de aquel cordón decorativo con borlas que desciende verticalmente desde la parte superior de la túnica. Ambas vestiduras son del color litúrgico del día. La dalmática y la tunicela simbolizan la justicia, y al vestirse con ellas se reza una oración propia. El diácono dice: «Revestidme, Señor, con el ornamento de salvación y con el vestido de gozo; y cubridme siempre con la dalmática de la santidad»; y el subdiácono: «Que el Señor me revista con la túnica del gozo y con el ornamento de la alegría».
En la Misa solemne celebrada según la forma extraordinaria, el preste viste casulla, el diácono dalmática, el subdiácono tunicela y el sacerdote asistente capa pluvial (aunque sólo en las Misas pontificales y en la primera Misa de un nuevo sacerdote). Si la Misa es celebrada por un obispo, éste viste la casulla sobre la dalmática y la tunicela (réplicas en seda sin forrar de la que portan el diácono y el subdiácono), para indicar que en él reside la plenitud del sacerdocio (Rubricarum Instructum, núm. 134, 135 y 137). Estas reglas experimentaban una cierta extensión en lo que a la Iglesia española se refiere, por la existencia de dos particularidades relativas al presbítero asistente y al uso de la dalmática.
El presbítero asistente, vestido con capa pluvial, era de rigor en la primera Misa de un nuevo sacerdote. Propiamente se trata de un privilegio prelaticio, que comparten por gracia especial los provinciales franciscanos y carmelitas (así como el canon, la palmatoria y el tronetto). Sin embargo, en España, por un uso antiquísimo se permite que cualquier sacerdote pueda ser ayudado por un presbítero asistente en toda Misa solemne, y no sólo en las pontificales. La validez de este uso fue confirmado por un decreto de la Sagrada Congregación de Ritos al Obispo de Urgel en 1883. Evidentemente el presbítero asistente, como su nombre indica, debe ser sacerdote y no cabe reemplazarlo por un ministro laico.
Asimismo, en España era común el uso de dalmáticas por parte de ministros legos o clérigos no ordenados. En efecto, aunque no existía aprobación expresa de esta costumbre, hay grabados efectuados por viajeros del siglo XIX que muestran a los ceroferarios y al turiferario con dalmáticos. Incluso, hay testimonios escritos de que en el seminario de Sevilla existían antiguamente dalmáticas de todos los colores para aquellas ocasiones en que los seminaristas asistían solemnemente a la catedral.
Cabe hacer notar que el motu proprio Ministeria Quedam (1972) suprimió las órdenes menores, categoría a la que pertenecían el ostiario, el lector, el exorcista, el acólito y el subdiácono, transformándolos en ministerios laicales (lectorado y acolitado). En la forma ordinaria, por tanto, la dalmática permanece como la vestimenta propia del diácono, quien la viste sobre el alba y la estola, aunque puede omitirse por una necesidad o por un menor grado de solemnidad (Instrucción General del Misal Romano, núm. 119 b y 338). El Ceremonial de los Obispos aconseja también que en la celebración solemne, según la antigua costumbre, debajo de la casulla éstos vistan la dalmática, que podrá ser siempre blanca (núm. 56).
Jaime Alcalde
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