Sobre el alba debidamente ceñida el sacerdote lleva
la estola. Ésta fue en su
origen una faja o banda que algunos vestían como adorno o señal de autoridad y
otros por necesidad. Sólo pueden llevarla quienes han recibido el sacramento
del orden en alguno de sus grados, esto es, los obispos, sacerdotes y diáconos,
aunque cada uno de ellos lo haga de un modo distinto. En la forma
extraordinaria, el diácono la lleva sobre el hombro izquierdo y la hace cruzar
a su lado derecho, sujetándola con el cíngulo; el sacerdote lo hace
cruzándosela de derecha a izquierda sobre el pecho, y el obispo simplemente
colgando del cuello. Espiritualmente, la estola recuerda la dignidad de hijos
de Dios que desgraciadamente perdimos por el pecado de Adán y Eva; y así, al
ver que el sacerdote, que es nuestro representante ante el Altísimo, lleva la
estola puesta, podemos gozosamente contar con que la gracia divina nos
devolverá aquella dignidad y herencia que le corresponde, es decir, la Gloria
eterna. La Iglesia hace pedir, al imponérsela el sacerdote, la inmortalidad,
perdida por el pecado, y el premio de nuestro último y feliz destino: «Devuélveme, Señor, la estola de la inmortalidad, que perdí con la
prevaricación del primer padre, y aun cuando me acerque, sin ser digno, a
celebrar tus sagrados misterios, haz que merezca el gozo sempiterno».
La forma de
llevar la estola en la forma ordinaria difiere del uso existente en la forma
extraordinaria y que ha sido descrita en la hoja informativa anterior. En
efecto, en ella el sacerdote lleva la estola alrededor del cuello y pendiendo
ante el pecho, sin cruzársela (Instrucción General del Misal Romano, núm. 340). Esta última posición también existe en
la forma extraordinaria siempre que el sacerdote lleve la estola puesta encima
de la sobrepelliz, como ocurre cuando administra la Sagrada Comunión fuera de la Santa Misa o en ella pero sin ser el celebrante,
cuando asiste a aquélla desde el presbiterio sin participar
ministerialmente, cuando imparte la bendición con el Santísimo, cuando celebra
algún otro sacramento o bien cuando predica. Asimismo, en la forma ordinaria la Instrucción General del Misal Romano permite que, si hay
una justa causa, por ejemplo, un gran número de concelebrantes o falta de
ornamentos, los concelebrantes, con excepción siempre del celebrante principal,
puedan omitir la casulla o planeta, poniendo la estola directamente sobre el
alba (núm. 209).
Los ornamentos
que hemos revisado hasta ahora tienen un significado teológico, pues son una
demostración en el vestuario del ministro sagrado de la lex credendi de la
Iglesia. Si el amito significaba
el lienzo con que fue cubierto el rostro de Jesús, el alba representa la
vestidura blanca que le hizo poner Herodes, el cíngulo las cuerdas con que fue
atado Nuestro Señor por la guardia pretoria en el huerto de los Olivos y la estola las sogas con que Nuestro
Señor fue arrastrado hasta el Calvario. Con una interpretación distinta, pero
también de arraigo bíblico y con profundas consecuencias teológicas, el papa Benedicto
XVI ha señalado que los textos de la oración que interpretan el alba y
la estola quieren evocar «el vestido festivo que
el padre dio al hijo pródigo al volver a casa andrajoso y sucio. Cuando nos
disponemos a celebrar la liturgia para actuar en la persona de Cristo, todos
caemos en la cuenta de cuán lejos estamos de él, de cuánta suciedad hay en
nuestra vida. Sólo él puede darnos un traje de fiesta, hacernos dignos de
presidir su mesa, de estar a su servicio» (Homilía de la Santa Misa Crismal, jueves 5 de abril de 2007).
La vestidura
exterior propia de los sacerdotes, que se coloca encima de todos los demás
ornamentos durante la celebración de la
Santa Misa, es la casulla o planeta (Instrucción General del Misal Romano,
núm. 337).
Los nombres
con que se designa a este ornamento vienen de los términos latinos paenula o casula,
que significan tienda, dado que la casulla es de tela y originalmente tenía una
forma holgada, cónica y envolvente, que cubría casi totalmente a quien la
vestía, dejando sólo una abertura para sacar la cabeza. Para aligerar la
incomodidad que suponía este diseño, los ministros asistentes ayudaban al
sacerdote, sosteniendo la casulla cuando éste había de alzar mucho los brazos,
como en la incensación y en la elevación. De ese gesto ha quedado la costumbre
de levantar la casulla por detrás en el momento de la elevación de las especies
consagradas. A fin de evitar esta molestia, se fue recortando la tela por los
lados, permitiendo una mayor agilidad en los movimientos del celebrante. Se
llegó así a una forma similar a una campana, sin que el largo de la casulla
sufriera alteraciones. Los cambios prosiguieron en lo relativo a la extensión
de la casulla, pues se buscaba que ésta no sobrepasase las rodillas del
sacerdote. Hacia el siglo XVI, la casulla adopta la forma que hoy identificamos
con el modelo romano o francés, que sólo cubren el tronco y algo de las extremidades
inferiores, pero nunca los brazos, los que quedaban completamente libres. El
recorte llegó a extremos como las casullas de corte alemán o español, llamadas
«de guitarra» o «de funda de violín», tan cómodas para el celebrante como
alejadas de su forma originaria.
Durante el Movimiento litúrgico, este excesivo
influjo estético fue fuertemente contestado. A partir de entonces se procuró la
vuelta y revalorización de la forma primitiva, aunque su uso sólo estaba
permitido si mediaba autorización de la Santa Sede, como fue
señalado en sendos decretos de 1863 y 1925. A partir de 1957 bastó con la
autorización del ordinario del lugar. Tras el Concilio Vaticano II, la forma
gótica fue la más aceptada como gesto visible de una liturgia renovada también
en sus aspectos materiales, y se permitió que las Conferencias Episcopales
propusieran a la Sede Apostólica las adaptaciones que
considerasen oportunas en cuanto a la forma que debían adoptar las vestiduras
sagradas (Instrucción General del Misal Romano, núm. 342).
Espiritualmente,
la casulla recuerda el suave yugo de la ley del Señor. Por eso, el sacerdote se
reviste con ella diciendo: «Señor, que has dicho: “Mi yugo es suave y mi carga ligera”, haz que lo
lleve de tal modo, que consiga tu gracia. Amén».
La oración que reza
el sacerdote cuando se reviste con la casulla recuerda las palabras de Jesús,
que nos invita a llevar su yugo y a aprender de Él, que es «manso y humilde de
corazón» (Mt 11, 29). Llevar el yugo del Señor, nos recuerda el papa Benedicto
XVI, significa ante todo estar dispuestos a seguir el ejemplo que nos ha
trazado quien es Camino, Verdad y Vida (Jn 14, 6). «De Él debemos aprender la
mansedumbre y la humildad, la humildad de Dios que se manifiesta al hacerse
hombre» (Homilía de la Santa Misa Crismal, jueves 5 de abril de 2007). Con
idéntica orientación teológica, la casulla busca representar el vestido de
púrpura puesto a Jesús cuando fue sometido al escarnio de ser considerado un
falso rey, en recuerdo de la humildad con que el sacerdote debe servir su
ministerio.
Jaime Alcalde
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