En la forma extraordinaria hay dos clases
de Misas, atendiendo a la participación y solemnidad con que ésta se celebra:
la Misa rezada (también llamada Misa leída o Misa baja) y la Misa mayor o cantada (Missae
in cantu).
La Misa rezada se caracteriza porque la celebración
se realiza sin mayor solemnidad, sin asistencia de diácono y subdiácono, y sin
canto del ordinario y el propio. En ella los fieles, si los hay,
participan interiormente y con los adecuados gestos externos de reverencia
hacia el sacrificio de Cristo que el sacerdote renueva sobre el altar. Se unen especialmente
mediante la oración que éste eleva en nombre de toda la
Iglesia y, en la medida de lo posible, se unen también con oraciones
o algunos cantos. Por esa razón, «el sacerdote que celebra, sobre todo cuando la
iglesia es grande y numerosa la asistencia, debe decir en voz alta lo que,
según las rúbricas, debe pronunciarse clara voce, de suerte que todos los
fieles puedan seguir la acción sagrada cómoda y oportunamente» (Sagrada
Congregación de Ritos, instrucción De musica sacra et sacra liturgia, de 3
de septiembre de 1958, núm. 34).
Cuando los fieles pueden responder
adecuadamente a las oraciones del sacerdote, nos encontramos con una modalidad
de Misa rezada que se llama «Misa dialogada», actualmente la más extendida y
la más deseable (Instrucción De musica sacra et sacra liturgia, núm. 31).
Como mínimo, la Misa dialogada implica que los fieles contesten ordenadamente
en latín las respuestas más fáciles (Amen, Et cum spiritu tuo, etcétera) o
aquellas que corresponden al que ayuda (oraciones al pie del
altar, Confiteor, Domine non sum dignus). También es deseable que
reciten con el sacerdote ciertas partes del Ordinario de la Misa (Kyrie alternado,
Gloria, Credo, Sanctus, Pater noster, Agnus). Donde los fieles tengan mayor
formación y los subsidios adecuados (por ejemplo, la ayuda de un misal o de un
folleto con idéntica función), la Misa dialogada puede llegar a su máxima
expresión cuando todos rezan en voz alta con el sacerdote las antífonas que no
son exclusivas de él (Introito, Gradual, Ofertorio y Comunión) y que son
propias de cada Misa.
Los fieles, o un coro, pueden intervenir
también con algún canto devocional que no pertenezca al propio del
día ni al ordinario de la Misa. Es lo que se llama un motete, que puede
ser cantado en latín o en lengua vernácula. Dado que generalmente se forman
sobre algunas palabras de la Sagrada Escritura, habrá que cuidar que estos
motetes, polifónicos o no, sean acordes al tiempo litúrgico y a la parte de la celebración
en que se interpretan. Estas breves composiciones musicales son adecuadas, por
ejemplo, acompañando la entrada (sin sustituir al Introito) o la salida del
sacerdote, el ofertorio y la comunión.
En principio, en las Misas rezadas, incluida
la dialogada, no se usa incienso. Estas celebraciones terminan con unas oraciones
finales prescritas en 1884 por el papa León XIII (de ahí su nombre: «preces
leoninas») para encomendar la conversión de Rusia, que consisten en tres
avemarías, una Salve (a la que se añade un versículo y la oración
sacerdotal «Deus refugium nostrum et virtus»), la oración a San Miguel Arcángel y la triple repetición de una
jaculatoria final al Sagrado Corazón de Jesús (agregada por san Pío X). Tanto el sacerdote como los fieles
permanecen arrodillados durante su rezo y son recitadas alternadamente. Aunque
actualmente estas preces no están prescritas para la forma ordinaria, el beato
Juan Pablo II invitaba a todos a no olvidarlas y a rezarlas «para obtener ayuda en la
batalla contra las fuerzas de las tinieblas y contra el espíritu de este mundo» (Regina Coelis, domingo 24
de abril de 1994), y siguiendo su ejemplo han sido restablecidas o sugeridas en
algunas diócesis, como ha ocurrido en Estados Unidos de América (diócesis de
Springfield y de Peoria) y en Chile (diócesis de San Bernardo).
La Misa mayor, cantada o Misa con canto (Missae
in cantu) es aquella que se celebra solemnemente y con todo el aparato
de las ceremonias de la Iglesia. Su característica principal es que el sacerdote canta, efectivamente, las partes del
formulario que las rúbricas prevén que ha de decir de viva voz (Dominus
vobiscum, Oremus, colecta, evangelio, prefacio, Pater noster,
postcomunión). Cuando quienes ayudan en la Misa cantada no son ministros
sagrados, sino simples monaguillos, nos hallamos ante la Misa cantada en
sentido estricto (Missae cantata). Si la misa cantada está servida por
ministros sagrados (diácono y subdiácono debidamente revestidos y que actúan
como tales) se denomina Misa solemne. En estos casos, el sacerdote que preside
la celebración de la misa se llama preste. Cuando la misa solemne es celebrada
por un obispo, se denomina pontifical y presenta algunas particularidades adicionales.
En general, en esta clase de Misas el pueblo
debería responder cantando los diálogos con el sacerdote. También puede cantar
con el coro, o bien alternar con él, las partes previstas en el ordinario de la
Misa (Kyries, Gloria, Credo, Sanctus, Sed líbera nos a
malo, Agnus Dei). El propio de la Misa se debe cantar también, aunque sea
interpretado por una sola o por pocas voces, con un semitonado o salmodiado
sencillo.
Respetando estos cantos litúrgicos, que
siempre son en latín, se pueden interpretar también otros motetes adecuados,
por ejemplo, en la entrada, el Ofertorio, la comunión o la salida. Nótese que,
en las Misas dialogadas, el Pater noster está previsto recitarlo con el
sacerdote; pero en las Misas cantadas, lo entona sólo el sacerdote y los demás
se incorporan al final, diciendo «Sed líbera nos a malo». En las Misas
cantadas está previsto también que el canto recubra algunas de las oraciones
del sacerdote que son más devocionales o que, precisamente por ser más
sagradas, recita en silencio.
En las simples Misas cantadas siempre se puede
utilizar incienso, sin que sea precisa ninguna otra razón especial. En las
demás Misas con canto (Misa solemne y pontifical), el incienso es preceptivo.
Después de la Misa cantada nunca se recitan las preces leoninas. Por su parte, en las Misas rezadas estas
oraciones se pueden omitir cuando ha habido homilía o cuando a la Misa siga
alguna otra función o ejercicio piadoso, y también en las misas dialogadas que
se celebran en domingo o en otro día festivo (Sagrada Congregación de ritos, decreto
de 9 de marzo de 1960).
D. Eulalio Fiestas
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