El año litúrgico se estructura a partir de los
acontecimientos más relevantes relacionados con Jesucristo. El más importante
de ellos es la Semana Santa, en que se rememora su Pasión, Muerte y
Resurrección y la consiguiente consumación de su obra redentora. Esto explica
que la ordenación del año litúrgico se haga a partir de la Pascua de
Resurrección, que es el domingo inmediatamente posterior a la primera Luna llena tras el equinoccio de primavera. En la forma extraordinaria existen
algunas diferencias con la distribución del año litúrgico existente tras la
reforma de 1970. Una de esas diferencias es el período de tres semanas que
precede a la Cuaresma, que en la forma ordinaria ha pasado a ser parte del
tiempo ordinario. Dichas semanas se denominan, respectivamente, Septuagésima,
Sexagésima y Quincuagésima.
El tiempo de
Septuagésima, como también es conocido, marca el inicio del tiempo de Carnaval (etimológicamente, abandono o
despedida de la carne) y comporta, por tanto, un
preludio para la Cuaresma. En efecto, este tiempo debe ser una preparación para
que nos dispongamos a celebrar santamente la Cuaresma, período en el que a
través de la penitencia, el ayuno y la oración nos preparemos para la gran
fiesta de la Pascua. De ahí que su color
litúrgico sea el morado, al igual que en Cuaresma y Adviento, por ser aquel el que
denota exteriormente una preparación penitencial y una profundización
espiritual de cara al tiempo litúrgico que sucederá.
Cada uno de
los domingos del tiempo de Septuagésima tiene una estación en alguna de las
basílicas patriarcales de Roma (Pentarquía). Estas
estaciones cuaresmales indican la dimensión peregrinante del Pueblo de Dios que,
en preparación a la Semana Santa, intensifica el desierto cuaresmal y
experimenta la lejanía de la «Jerusalén» hacia la cual se dirigirá el Domingo
de Ramos, para que el Señor pueda completar ahí, con la Pascua, su misión
terrena y realizar el designio del Padre. La costumbre de celebrar en Cuaresma
la Misa «estacional» se remonta a los siglos VII y VIII, cuando el papa
oficiaba la Santa Misa, asistido por todos los sacerdotes de las iglesias de
Roma (para quienes era preceptivo acudir), en una de las cuarenta y tres
basílicas estacionales de la ciudad.
Septuagésima es el noveno domingo antes de la Pascua de Resurrección, y debe su nombre
a una simplificación de origen histórico: el primer domingo del tiempo de
Carnaval que se introdujo en el calendario litúrgico fue el domingo de
Quincuagésima (siglo VI). Posteriormente, se
añadieron otros dos: el primero, que cae casi sesenta días antes de la Pascua,
fue llamado domingo de Sexagésima (IV Concilio de Orleans, 541), y el segundo
de Septuagésima (Sacramentario Gelasiano, 750). Septuagésima se conoce también
como Dominica Circumdederunt, por la primera palabra del Introito de la Misa («Cercáronme angustias de
muerte…»). A partir de este domingo y hasta el domingo de Pascua, se deja de
decir el cántico al Señor, el Aleluya, tanto en la Misa como en el oficio
divino. Asimismo, en la Misa del domingo y de
las ferias se omite por completo el Gloria y se añade un Tracto al
Gradual. Su estación es la hoy basílica menor de San Lorenzo Extramuros,
asignada antiguamente al Patriarca de Jerusalén.
Sexagésima es el octavo domingo anterior a la Pascua y el segundo antes de la Cuaresma, y se conoce también como Dominica Exsurge, por el comienzo del Introito («Levantaos, oh Señor…»). Su
estación es la basílica mayor San
Pablo Extramuros, inicialmente la sede del Patriarca de Alejandría, y desde ahí
la oración de la Iglesia invoca
al doctor de los gentiles.
Quincuagésima es el
domingo anterior al Miércoles de Ceniza, llamado Dominica Esto mihi, por las
palabras iniciales del Introito («Sé para mí un Dios protector…»). Su estación
es la basílica mayor de San Pedro del Vaticano, de la que era titular el
Patriarca de Constantinopla. En muchos lugares, este domingo y los siguientes
dos días eran usados para preparar la Cuaresma mediante una buena confesión.
Como los días previos a la Cuaresma eran con frecuencia destinados al
desenfreno, el papa Benedicto XIV, por medio de la constitución Inter Caetera (1 de
enero de 1748), introdujo una especial «devoción de las cuarenta horas», para
proteger a los fieles de las diversiones peligrosas y favorecer la reparación
por los pecados cometidos. Con el mismo nombre se designa también el tiempo
entre Pascua y Pentecostés, o entre el domingo siguiente a la Pascua y el
domingo siguiente a Pentecostés. En este último caso se habla de Quinquagesima
Paschae, paschalis o Laetitiae.
Con estas tres semanas se prepara, pues, la llegada del Miércoles de
Ceniza y el inicio de ese tiempo de penitencia, limosna y oración que es la
Cuaresma, el que hasta la reforma de san Gregorio Magno (540-604) comenzaba el
domingo de Cuadragésima. De ahí que la estación del primer domingo de Cuaresma
sea la basílica mayor de San Juan de Letrán, catedral de Roma y antigua sede
del Patriarca de Occidente (título al que el papa Benedicto XVI renunció en
2006), que vuelve a comparecer el Domingo de Ramos y en la celebración de la
Missae in Coena Domini y de la Vigilia Pascual. La estación correspondiente al
Miércoles de Ceniza es la basílica de Santa Sabina, desde la que el Sumo
Pontífice imponía las cenizas a la curia y al pueblo de Roma. Como recuerda el
Papa, «el itinerario cuaresmal, en el cual se nos invita a contemplar el
Misterio de la cruz, es «hacerme semejante a él en su muerte” (Flp 3, 10), para llevar
a cabo una conversión profunda de nuestra vida […]. El período cuaresmal es el momento
favorable para reconocer nuestra debilidad, acoger, con una sincera revisión de
vida, la Gracia renovadora del Sacramento de la Penitencia y caminar con
decisión hacia Cristo» (Mensaje para la Cuaresma 2011).
Jaime Alcalde
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